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05 de mayo | 2023
Toda convivencia produce roces y pequeños malentendidos que pueden terminar en disputas domésticas. Una discusión cordial entre padres o parejas no tiene ningún efecto en los niños pero resulta muy diferente cuando existen gritos o las peleas se vuelven más agresivas y frecuentes. Los más pequeños se asustan, se sienten desprotegidos, y a la larga pueden desarrollar problemas de ansiedad y de conducta que afectarán su aprendizaje.
En este artículo te contamos de forma sencilla cómo sufren los niños con las peleas de sus padres y qué puedes hacer para evitar esos efectos (desde no involucrar a tus hijos en las discusiones o aprender a discutir desde el respeto y sin gritos, entre otras acciones). Tus hijos te van a agradecer que se debata desde el amor y con un lenguaje lo más positivo posible que no les haga sentirse culpables.
Sigue leyendo y evita que tus hijos sufran en el futuro las consecuencias de tus peleas o discusiones de pareja.
Es normal que las parejas tengan puntos de vista diferentes y que en algún momento se generen debates. Y por qué no, también puede presentarse una que otra pelea subida de tono pero, como adultos, debemos contar con la madurez suficiente para superarlo sin afectar el bienestar de los más pequeños.
Como responsables de uno o varios menores hay que tener en cuenta que el daño que se les puede causar por exponerlos a este tipo de situaciones puede abarcar su desarrollo integral. Estos efectos negativos se pueden dar en los niños cuando se dan discusiones entre padres de forma reiterada, conflictiva y violenta:
1. Los niños repiten la conducta de los adultos
La relación entre padres es el ejemplo que toman nuestros hijos toman a la hora de definir cómo será su trato hacia los demás. Somos los seres más cercanos y por tanto imitarán nuestras conductas aunque no sean positivas. El mensaje que se les transmite con las discusiones es la falta de perdón, la imposibilidad para reconciliarse o de resolver problemas.
Ellos van a asumir que los gritos y los insultos son la principal herramienta para debatir las diferencias y eso es lo que harán en el futuro. Por ello, es mejor que los adultos gestionen sus problemas sin agresiones físicas ni verbales. El respeto debe ser el contexto en el que se genere toda discusión.
2. Sentimiento de culpabilidad en los hijos
En muchos niños nace el sentimiento de culpa debido a los permanentes altercados entre las parejas. Es muy común que consideren que son la causa de los sentimientos de sus padres, bien sea por sus alegrías o por ser el motivo de su separación. Sobre todo, si son niños amados a los que les prestan la suficiente atención y esta condición cambia con los conflictos.
Aunque los niños no tengan que ver con el problema, si los padres los mencionan entre sus argumentos, les afectará la pelea. Esta creencia es muy difícil de cambiar posteriormente incluso con terapias prolongadas; según psicólogos. Por lo tanto, hay que procurar al máximo mantenerlos al margen.
3. Buscar refugio en otras actividades
Muchos hijos se vuelven retraídos, consiguen refugio dentro de sí mismos para evadir las riñas de la pareja. En psicología se conoce como internalización, que es cuando ellos controlan sus emociones de forma excesiva, causando timidez o dependencia. No solo eso, poco a poco se irá creando una barrera que los va a separar para siempre. Los convertirá en extraños que comparten el mismo techo.
En otros casos, pueden encontrar la paz, en el aislamiento, en el estudio o en el juego. Pero en esta constante búsqueda están expuestos a resguardarse en actividades negativas como adicciones o malas influencias. Mientras los padres sigan envueltos en sus riñas; crearán en sus hijos síntomas físicos como la falta de sueño.
Si este ambiente tóxico en el hogar se prolonga, el chico repetirá este escenario en la escuela y en sus relaciones (externalización). De alguna manera, intentará aliviar el estrés y la ansiedad que recibe en casa, con violencia. No es más que un aprendizaje, con las discusiones intraparentales conocerá la agresividad.
El principal consejo para las parejas que tienen discusiones permanentes delante de sus hijos, es reflexionar sobre qué está fallando entre ellos. Eso sí, de una manera sana y lejos de los pequeños. De igual manera, es mejor que se implementen estrategias de comunicación sana como el uso de frases en positivo. Asimismo, se pueden posponer las disputas para otro momento en el que estén solos.
La sensación de falta de amor, tristeza y vergüenza le harán un daño que desencadenará a largo plazo el rechazo de sus compañeros. En otras palabras, criarán a un adulto conflictivo y sin valores con quien será imposible entablar todo tipo de relación. Igualmente, tu hijo se convertirá en un individuo frustrado, ya que no aprenderá a reconocer sus emociones.
El menor nunca debe convertirse en mediador, ya es demasiado para ellos ser testigo de las discusiones. A su corta edad apenas están aprendiendo a ejercer control sobre ellos mismos, no pueden asumir la falta de madurez de los adultos con los que viven. Mucho menos si aparecen patrones destructivos como las amenazas e insultos.
Ahora bien, las parejas que presenten discrepancias de cualquier intensidad deben optar por conductas beneficiosas. Nos referimos a la capacidad de hablar de la problemática en un entorno saludable, en el marco del respeto y el amor. De ser posible, que en sus palabras se sienta el afecto, y por qué no, un buen sentido del humor.
La intención siempre debe ser encontrar un punto de coincidencia en las diferencias en vez de buscar culpables. Asumir como pareja que lo que está pasando es una responsabilidad compartida, sin que afecte la dinámica familiar. Estos son los hogares que les garantizan seguridad y felicidad a sus hijos.
No obstante, existen cosas irreconciliables por las que se debe acudir a instancias profesionales de mediación o de separación. Por supuesto, siempre que no se afecte la infancia del niño son decisiones que deben tomarse entre la pareja. De ser así, es mejor estar lejos uno del otro para garantizar su felicidad.
Sobre todo hay que entender que nadie es perfecto por lo que, antes de afrontar cualquier conflicto, debemos detenernos y evaluar si la discusión es necesaria, si se puede posponer o si se puede resolver de otra manera. Hay líneas que cuando se cruzan, ya no tienen retorno. En medio de la ira, las palabras pueden herir y, una vez dichas, no hay como recogerlas.
Cuando se decide tener hijos, se convierten en la máxima prioridad. Su bienestar siempre será lo más importante. Hay que aprender a resolver los problemas a través de una comunicación sana y respetuosa.